miércoles, 28 de abril de 2010

'Eh amigo, con todo respeto...'



‘Debo intentar pasar desapercibido; que no noten mi presencia… Pero de algún modo, siempre saben… Hallarán la fuerza en el número, nunca de otra forma, y la violencia será el color que vistan. Es aconsejable intentar procurarse alimentos mientras todavía persista el día; de noche, no vale de nada aventurarse. No habrá leyes, no habrá reglas; obtendrán el mayor rédito posible de su precario sentido de organización. El antropoide ha aprendido –de alguna manera- que su gusto por amucharse con sus símiles puede resultar redituable. Y ahora han descubierto el fuego; menudo compañero para el garrote y la piedra. Debo encontrar un camino de regreso mientras embotan sus sentidos. Es mi única oportunidad. Creo que me han visto…’


‘Soy leyenda’ (o ‘The last man on Earth’)? Nop. ‘The Omega man’. Nop. ‘El planeta de los simios’ Mmmmm… casi, pero nop. ‘Screamers’! No no. ‘The night of the living dead’ / ‘Dawn of the dead’ / ‘The day of the living dead’, alguna de Romero, caramba?! Noooo! Es el regreso a la salida del laburo del Mono Majestuoso desde Capital Federal al conurbano bonaerense!


Hace ya algunos meses volvía el Mono en el Monomóvil por autopista hacia su morada en los extramuros. Día de ardua labor; más trabajo que el chapista de Mazinger. Allá, en la distancia, puede notar que se levanta una espesa columna de humo. ‘¡Apa!’ _piensa. _’¡Qué asadito!’. (el Mono tiene esas cosas; su credulidad araña la pelotudez y la panza lo pierde; humo=asado). Como no había recibido ninguna invitación, sigue conduciendo con su mejor cara de Karina Jelinek dándole a una piñata. Cuando la autopista se abre un poco, se da cuenta de que no se trataba de una sola columna de humo, sino de dos, que habían coincidido en su negra verticalidad por un momento. ‘¡¿Otro asadete?! ¿Qué se festejará hoy? ¿Qué cae el Día de la Tradición?’ _insiste. El momento llega de tomar la salida, dar la vueltita cerrada que sube, cruzar el puente y retomar, para salir otra vez. Recorre el tramo hasta la salida señalizada ‘Salida El Ojete – 500 metros’, pero cuando intenta acometer por esa –por la salida- ve que, a pesar de ser un camino de doble mano, camiones, autos, camionetas, monociclos, scalextrics, gente a upa de otra, lombrices corriendo picadas, imitadores de Xuxa en patines, todos vienen en sentido hacia él, rebosantes de júbilo y meta carcajada, celebrando el milagro de la vida a voz en cuello gritando para quien quisiera escuchar: ‘¡Ni en pedo se meta por ahí que cortaron la ruta!’


El Mono, que a pesar de ser precavido no deja de ser un animal, se piensa pillo y, baqueano improvisado, se manda igual, abriéndose paso entro los carritos de pancho a motor, las bicicletas tándem y las jubiladas empujando las Singer que se sumaban a las hordas contramanenses. El Mono va llegando al punto de dudoso retorno cuando comienza a recordar (se escuchan arpegios de arpa octavados y se disipa una neblina) que cinco días atrás había habido una tormenta muy importante, y que por la zona había faltado la corriente eléctrica por los últimos tres o cuatro. Días. Obvio. El osado piloto ve un hueco y acelera, pero entre dos antropoides se las arreglan para darle la bienvenida arrojándole un tronco –bellísimo- prendido fuego frente al coche. ‘¡Pero qué pintoresco!’. Entre escupitajos y alaridos le informan que –muy a pesar de ellos- están representando el ballet del Pájaro de Fuego y no queda ya más cupo para performers. ‘Puta, con las ganas que tenía de bailar… Bueh.’.


Qué hacer. De repente, como una piña en la nuca, el hermoso macaco se enyoguiza y se convence de que es una reencarnación de Einstein de maceta y de que Adrián Paenza no tiene con qué competir frente a él y recuerda que la siguiente salida no está tan lejos. ‘¡Cómo los cagué a estos del ballet! ¡Soy unoooo…!’ _ríe para sí, y se manda –junto con los otros mil doscientos setenta y tres Einsteins de maceta- hacia la otra salida, mientras los antropoides lo despiden con gestitos que no logra comprender.


Cuarenta minutos después, al llegar a la otra salida, advierte con sorpresa un contingente de alegres marineros a contramano, que vienen entonando una vieja canción del mar, que dice –más o menos- así:

‘…¡Ni en pedo se meta por ahí
que cortaron la ruta!...’

Muy extraño. Seguramente se tratase de un error; nadie podría ser tan hijo de puta como para cortar esa entrada, estando la otra ocupada con lo del ballet… Curioso como todo mono, el audaz babuino pisa a fondo y alcanza los cuarenta y siete kilómetros por hora. Las luces pasan rápido y lo envuelven en un remolino psicotrópico (ponéle), pero él está decidido, y sigue adelante. Cuarenta y ocho. Cincuenta! Peligra la integridad del vehículo. Por fortuna, sendas cubiertas de diversos modelos arden en llamas más adelante, forzándolo a aminorar la loca carrera y deponer el viaje a 1955. Tres antropoides saltan, calzando zapatillas de $500 el par. Otro revolea la prenda que otrora cubrierale el torso, cual enardecido folklorista, otros amenamente se ufanan de sus aptitudes para la somellería… ‘Deportes… música… cata… ¡Justo hoy hacen la Feria de las Colectividades acá! Bueh, no importa… ¡Viva la expresión popular! ’

Intentar cruzar resultaría tan al pedo como filmar ‘Muerte de un viajante 2’. Cinco sujetos se acercan con portentosos fierros al vehículo –‘indicadores’, seguramente- a fin de declarar su inapelable devoción por la indeclinable celebración de la Noche de Walpurgis. ‘Ah claro… qué boludo; cómo no me di cuenta!’ Piensa, mientras se sube al cordón para dar la vuelta, aunque extrañado de que están en Diciembre y no Abril, y que todavía es de día. Lo que pega es la previa.


El Monomóvil deja su huella sobre la capa asfáltica que ya está blandita de tanto festejo ardiente. Ya no quedan demasiadas alternativas para el regreso, está todo colapsado y acampar allí no es una opción si desea conservar el bicicletero intacto –es babuino pero no fanático- y, a pesar de los beneficios del aire de campo nocturno, estos no se comparan a conservar el cuero cabelludo. Pero a unos doscientos metros atrás ve levantarse una polvareda; tímidamente al principio, luego ya con más gallardía. ¡El ingenio popular nunca descansa! No es Inodoro. No es Mendieta. Se trata de uno en camioneta, que conoce, y de otro –ya jugadísimo y con los genitales del tamaño de la cabeza de Julián Weich- que lo sigue cogoteando por la ventanilla. Y otro. Y un cuarto. Como una enema de cal viva, la intriga le pica y piensa ‘Tendría que haberme dado un golpe en la cabeza o ser canadiense para no intentar eso…’ Esquiva un bache tamaño balde y logra satisfactoriamente enganchar un bache marca trinchera con la otra rueda, y allí van, por ese alocado camino del amor que hace las delicias de grandes y chicos. No tiene la más mínima idea de hacia dónde se dirige, pero él va, pelo en pecho, incisivos amarillos, hemorroides al viento. Es un sendero por el que un Fiat 600 pasaría bien inclinado sobre dos ruedas. Las de adelante o las de atrás. Algunos de los lugareños que no han sido contagiados por la euforia bolivariana ni secuestrados por la algarabía popular se encuentran parados como suricatas a las puertas de sus coloridos asentamientos, sacudiendo lentamente las cabezas de lado a lado como quien niega haber soltado el flato, o como Giordano con sobredosis de pastillas de frenos. Por alguna extraña razón le pega el déjà-vu de encaminarse hacia su propio velorio, o un flashback ajeno de cuando el Museo Británico saqueó lo que quedaba de las pirámides y, al transportarlo por el río, los nativos salían a las márgenes a despedir los restos de los abducidos.

El traqueteo se ralentiza. Algo sucede más adelante, pero la polvareda y la nochecita que ya bosteza se hacen cómplices de la incógnita. El Majestuoso nota que los lugareños mueven sus labios y sus manos denotan una expresividad que busca dar énfasis a sus dichos. Apaga la radio que aconseja los beneficios de manducarse un triple alfajor y para la orejita… ¡Es un concurso de Haiku! ¡Qué chic! ¡Ponja-chic! -.- De eso se trataba la pobreza digna, caramba. El turno llega para el muchacho de las ojotas de goma azul y peinado uruguayo, quien, sacándose las mentiras de los dedos, declama:

‘Ni en pedo vaya
Por ese caminito.
No da ni a palos.’

Notable. Pero el embeleso cesa repentinamente para los discípulos de Bashō cuando una llamarada, pero no de gloria, se les viene encima a toda velocidad. Se trata de un hombre –el Mono Majestuoso sospecha reconocer en él al tipo que manejaba la camioneta-, absolutamente desnudo que corre a gran velocidad en dirección contraria a la fila de vehículos, con una bandera de Atlanta en llamas clavada en el cortachurros. Se puede decir cualquier cosa de este país, pero lo que es la libertad de expresión… está garantizada. No en cualquier sitio se puede andar por ahí cual recién nacido con tan noble enseña insertada en el poto. Seguramente habría una explicación coherente… A nadie se le ocurriría cortar un camino de tierra sin nombre ni veredas, en un sector del conurbano olvidado por la mano de Dios y del hombre; ni siquiera por casualidad. La respuesta no se hace esperar. Allí, a pasitos nomás, vuelven a alzarse las llamas que bloquean ese caminito que no sale en Google Earth y sobre el cual una rueda de bicicleta se sentiría gorda. ¿Dónde sino allí podría celebrarse la Primera Edición Latinoamericana del Burning Man? No será el desierto de Nevada, pero el confín bonaerense tiene su encanto, a qué negarlo. Mucho más pintoresco; qué saben esos gringos de mierda. Íntimo, acogedor.


Hay antropoides marrones sosteniendo clavas en llamas; seguramente malabaristas que descansan. Quizás en esa fecha en particular se trate de una ‘Edición Especial Malabarismo’, porque no se ve otra cosa que morocho con clavas en llamas. Hay monociclos dobles. También hay cata allí; o quizás se trate de un stand promoviendo el Napa Valley que no se deja ver tras las llamas. Pero predominantemente, malabarismo ígneo. No obstante, se viene la nochecita, y mañana hay que volver a trabajar, y al humo –cruel capricho de la diosa- se le ha dado por sofocar y cegar al exhausto macaco. No hay ánimo para demostraciones culturales modernas. Hay que rajar de allí a como dé lugar. Rajemos, que se sortea una bandera de Atlanta. Se escucha un: ‘E’migo, cotó dorispette, natiné umpezo?’ (Disculpe, buen hombre; lamento incomodarlo justamente en medio de esta vicisitud pero mi apremio por lo por usted ganado es grande y urge; tendría a bien facilitarme algo de cambio suelto, toda vez que esto no resulte para usted en un compromiso? Eso sí, con el mayor de los respetos...)’.

No hay otra opción; hay que volver a la autopista y desandar buena parte del camino. Una vez allí, darle estilo Juan Castro (o sea por el aire) o meterle derechito hasta Camino de Buzarda, saboreando una recapitulación de los recuerdos del día hasta el momento regocijándose en el espíritu libre expresionista de las masas organizadas con un fin común, o rezándole a Peperino. Ya con la estampita del mártir a mano y la lucecita del tanque de reserva quemándole la retina, el animalejo puede oler el caucho incendiándose apenas más allá mientras baja por la salida. Pero es tomar ese camino o quemar la goma de auxilio mientras se vitorea al General y –despacito- hacerse el Marley y mandarse. ‘Pucha, ¡qué coincidencia! No deben saber que todos los demás caminos de ingreso están bloqueados dejando a varios miles de personas sitiadas. Está como para necesitar una ambulancia o un patrullero. Nah, no hay que ser malpensado… ¡lo deben haber previsto! Sino, sería como para acordarse de sus madres. Debe ser una correría de nuestra sana juventud. Retiro lo dicho, ¡si hasta hay tenistas entre ellos! Algunos tienen remeras que dicen ‘MOYA NO’; seguro que en la espalda dicen ‘NADAL SÍ’. Me siento un intolerante.’ Más avergonzado que la madre de De La Rúa, el Mono intenta desplazarse por la ruta secuestradita, pero es inútil: una babosa esguinzada agarraría más envión.


Es tan obvia la respuesta de porqué allí han cortado tres carriles y medio y han prendido fuego ruedas, palos, cajones, viejas con impedimentos motrices y borrachos que se quedaron dormidos que el sólo decirlo en voz alta lo hace sentir un instant-lelo: ‘¡Están filmando una adaptación de ‘Todos los fuegos el fuego’! ¡Qué jodepú, cómo no me avivé!’ Claro; hay cámaras de Morocho Somo’ Film y decenas de extras que semejan un Gargamuza pasado por horno de barro. ¿En que parte del libro bailaba un antropoide en cueros con una remera atada a la cabeza, un adoquín en una mano y una cajita de Reserva Última Dicha de bodegas Melajuego en la otra? Debe ser cuando los gladiadores luchan. Versión libre. Hay unos cuántos extras revoleando patadas a los coches que amagan acelerar, piedras que vuelan, y gomas en llamas empujadas desde lejos con palos. Esas llamas son más altas; aun con las ventanillas subidas se siente el calor fortísimo proveniente de ellas. El babuino ha visto paragolpes de Fords Ka derretirse por menos que eso. ¿Será la adaptación libre de ‘Todos los fuegos…’ o le pasaron mal el dato para tomarlo para la chacota…? Huele más a remake. ‘... Do you smell that? Napalm, son. Nothing else in the world smells like that. I love the smell of napalm in the morning.’


El Mono solicita un bolo de extra, o que le den el papel de Niño Fisión, pero le contestan que no sería justo para los demás que ya estaban de antes. Resignado como una gorda ante una heladera con candado, en eso el sagaz macaco vislumbra medio carril habilitado de la mano de enfrente; un boulevard de caca seca divide ambas manos. Los demás automovilistas no sólo ya lo habían vislumbrado, sino que habían comenzado a mandarse como carozo escupido ni bien se dio la oportunidad. También están bastante alteraditos; ellos tampoco consiguieron un bolo como extras. Los camioneros solidarios –los caballeros del camino-
lo topetean solidariamente, prácticamente tirándolo a la solidaria mierda, mientras los solidarios compañeros ocasionales detrás y de la mano contraria hacen sonar sus solidarias bocinas en un gesto solidario que podría describirse como… solidario, arrinconándolo con onda y acercándolo más y más a las llamas, por las dudas. El Mono Majestuoso prevé la zozobra inevitable y empieza a apretar botones a diestra y siniestra; el Botón A (Auto Jacks) no responde, el Scrander está en el chapista, el encendedor no funca; tampoco el sapito de la luneta trasera... Se escucha un: ‘E’migo, cotó dorispette, natiné umpezo?Notisoó bram cigalo, miguito?Naséca?’ (Disculpe, buen hombre; lamento incomodarlo justamente en medio de esta vicisitud pero mi apremio por lo por usted ganado es grande y urge; tendría a bien facilitarme algo de cambio suelto, toda vez que esto no resulte para usted en un compromiso? Eso sí, con el mayor de los respetos... O quizá tal vez tenga un cigarrillo del que pueda disponer. ¿O una pitada? )’.


Cierra los ojos, ignora el dialecto Cthulhu/Noir, aprieta los dientes y se manda, dejando medio coche sobre el boulevard de caca seca. Milagrosamente, una ráfaga de viento aleja la llamarada emergente de un tarro (¡te zarpaste, Peperino! ^^, ) destinada a derretir la mitad restante del Monomóvil, prendiéndole fuego a un vendedor de fundas para celulares, quien no se da por enterado.

Un Costera Criolla en dos ruedas onda Dukes de Hazzard cuyo chofer se encuentra bajo effecto Hulk viene de frente con alegría peronista y pasión tropical. Finiiiiiiiiiiito... A voz en cuello, prometen firmarse sus respectivos Fotologs; se pierde un ‘barra la de tu madre barra agarrám...’ con efecto Doppler entre el humo que ya va quedando a espaldas del simpático encuentro. Atrás quedan los sueños de fama y gloria se salir en la peli; atrás también puede apreciarse cómo quienes venían tras el Monomóvil doblan en ‘U’ para esquivar al vendedor de fundas para celulares inmolado, que se desmayó sobre un cumbiero que prendió enseguidita, causando una reacción en cadena. ‘¡Uuuh, laacu, upag umén, conchisumá, uuuh! Tod umall, gaáto! (‘¡Rayos, compatriotas, ahoguen las llamas que hacen de mi cuerpo su capricho, demonios; rayos! ¡Hados adversos, oh Bastet!’).


Dos kilómetros después yendo por el carril de contramano, finalmente se puede retomar el sentido de tránsito correcto. La gente sonríe; todo es hermoso. Ya puede detenerse en los semáforos (‘Eh, kapo, cotó dorispette, ludijá mulin pitte, peó lah peó lah? Cotó dorispette, natiné umpezo?Notisoó bram cigalo, miguito?Naséca? Nami daidése carumel oquetiné aí, cotó dorispette? Algu que midé boluntá, eh? Cotó dorispette, don! (‘Buenas tardes, maese, con el mayor de los respetos, ¿puedo ofrecerle mis servicios en el área de limpieza de cristales de vehículos, actividad en la cual me destaco, destaco? Con el mayor de los respetos; mi apremio por lo por usted ganado es grande y urge; tendría a bien facilitarme algo de cambio suelto, toda vez que esto no resulte para usted en un compromiso? O quizá tal vez tenga un cigarrillo del que pueda disponer. ¿O una pitada? ¿No tendría a bien compartir conmigo uno o varios de esos caramelos que yo –al meter mi cabeza por el espacio de su ventanilla baja- alcanzo a ver sobre su tablero, con el mayor de los respetos? Cualquier cosa que pueda yo obtener de usted gratuitamente será altamente apreciada, cuanto guste de lo que fuere, sabe? Eso sí, ¡con el mayor de los respetos, muy señor mío!’).

El Mono Majestuoso llega a casa, recibido por la doña y los néne, que corren a recibirlo –se han preocupado por su demora-. Rodillazo al pecho del más chico, que hace carambola con el que lo sigue; cross de derecha a la doña que para cuando llega al piso ya está en coma; patada en el asterisco al perro, que cae en la casa de al lado. Afuera, la luz de la calle parpadea. Es otro día en el conurbano bonaerense.

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